LOS ZAPATOS EQUIVOCADOS - THE WRONG SHOES
Los zapatos equivocados
por Juan Jesús Ladrón de Guevara
Hace unos días, sin pretenderlo, cometí una pequeña
traición a la rutina: me presenté en la oficina con los zapatos que normalmente
reservo para mis momentos de ocio. Lo advertí al cabo de un rato, quizá porque
notaba que caminaba más ligero, más cómodo, casi con un punto de insolencia
impropia del entorno laboral. Miré hacia abajo, y allí estaban: mis fieles
zapatos de descanso, testigos de tardes tranquilas y paseos sin destino,
desafiando el gris institucional del despacho.
Al principio pensé que había sido un simple descuido,
fruto de la somnolencia matutina y de la prisa por salir de casa. Pero, cuanto
más lo meditaba, más claro veía que no se trataba de un error, sino de una
declaración inconsciente. Era mi cuerpo —o quizá mi espíritu— el que había
decidido adelantarse a los acontecimientos y anunciarme que la transición ya
había comenzado.
Faltan todavía dos años y medio para mi jubilación,
pero empiezo a notar que mi mente se ha ido desprendiendo poco a poco del
engranaje diario del trabajo. La maquinaria sigue en marcha, pero yo ya no
formo parte de ella con el mismo entusiasmo, si es que alguna vez lo tuve. Sigo
cumpliendo con mi deber, claro está, pero desde la distancia de quien contempla
una representación teatral sabiendo que pronto caerá el telón.
Y en esa representación, los zapatos tuvieron su papel
simbólico. Porque, si lo pienso bien, todo empieza por los pies. Son ellos los
que nos conducen al trabajo, los que soportan las horas de pie, y sentado, los
que, sin que lo notemos, marcan el compás de nuestra vida cotidiana. En el
momento en que les cambia uno el calzado, el cuerpo interpreta la señal: “Ya no
estamos donde solíamos estar”.
No me había dado cuenta hasta ese día de que la
jubilación no llega de golpe, como un acto administrativo, sino que se infiltra
silenciosamente en los gestos cotidianos. Uno comienza a “aflojar la corbata”
un poco antes, a mirar el reloj con menos prisa, a dejar de preocuparse por situaciones
que antes parecían cruciales. Se empieza a vivir con un tipo distinto de
atención: más contemplativa, más indulgente, más libre.
Mientras caminaba por el pasillo, sentí que esos
zapatos me transportaban a otro lugar: al paseo marítimo de Algeciras en una
tarde de levante, al silencio de una biblioteca inglesa, al olor del té recién
hecho a media mañana. Era como si mis pies hubieran decidido empezar las
vacaciones por su cuenta, sin consultarlo con la cabeza.
Los compañeros, estoy seguro, no lo habrían notado.
Pero yo sí. Y sentí una especie de satisfacción secreta, parecida a la de quien
ha logrado burlar, aunque sea por unas horas, la tiranía de lo cotidiano. Esos
zapatos eran una proclama de independencia anticipada.
Desde entonces, confieso que he vuelto a mirarlos con
cierta complicidad. Están ahí, esperándome cada fin de semana, pero también
recordándome que el final del viaje laboral se acerca. Me gusta pensar que
cuando llegue el día de mi jubilación —cuando por fin no suene el despertador a
las seis y media y no tenga que salir corriendo a cumplir con los horarios
ajenos— serán ellos los que me acompañen a mi primer paseo de hombre libre.
Quizá los lustre con esmero la víspera y me los ponga
con deliberada solemnidad, como un símbolo de paso. Porque, a fin de cuentas,
no hay nada más británico que conceder importancia ritual a las pequeñas cosas:
un par de zapatos, una taza de té, una puerta que se cierra suavemente tras
décadas de trabajo.
Y cuando ese día llegue, cuando me vea caminando por
la calle con el mismo calzado con el que un día entré distraídamente en la
oficina, sonreiré. Recordaré aquel momento como el principio del fin, el
instante en que mi espíritu, más rápido que mis papeles, decidió jubilarse por
su cuenta.
Nota del autor:
Que unos zapatos puedan
anticipar la jubilación parece absurdo, y sin embargo, a veces la libertad
empieza por los detalles más nimios. Así es la vida de un anglófilo: pequeña
ceremonia, gran significado.
The Wrong
Shoes
by Juan Jesus Ladron de Guevara
A few days ago, quite
unintentionally, I committed a small act of rebellion against routine: I turned
up at the office wearing the shoes I normally reserve for my leisure moments. I
only realised it after a while, perhaps because I noticed I was walking lighter,
more comfortably, almost with a hint of insolence entirely out of place in a
professional environment. I looked down, and there they were: my faithful shoes
of repose, witnesses to quiet afternoons and aimless strolls, defying the
institutional grey of the office.
At first, I assumed it had
been a simple oversight, a product of morning drowsiness and the rush to leave
the house. But the more I thought about it, the clearer it became that this was
no mistake, but an unconscious declaration. It was my body —or perhaps my
spirit— that had decided to get ahead of events and announce that the
transition had already begun.
There are still two and a half
years until my retirement, yet I can already feel my mind gradually detaching
from the daily machinery of work. The engine keeps running, of course, but I am
no longer part of it with the same enthusiasm —if I ever truly had any. I
continue to fulfil my duties, naturally, but from the distance of someone
observing a theatrical performance, knowing that the curtain will soon fall.
And in that performance, the
shoes played their symbolic part. For, when I think about it, everything begins
with the feet. They are the ones who carry us to work, who bear the hours
standing, and seated; the ones who, without us noticing, mark the rhythm of our
everyday lives. The moment one changes the footwear; the body interprets the
signal: “We are no longer where we used to be.”
It was not until that day that
I realised retirement does not arrive suddenly, like an administrative decree,
but seeps quietly into daily gestures. One begins to “loosen the tie” a little
earlier, to glance at the clock with less urgency, to stop worrying about
situations that once seemed crucial. One starts to live with a different kind
of attention: more contemplative, more indulgent, freer.
Author’s Note:
That a pair of shoes could herald retirement may seem absurd, and yet, sometimes freedom begins with the smallest of details. Such is the life of an Anglophile: a small ceremony, great significance.
Comments
Post a Comment