AUTOPUBLICAR CON DIGNIDAD ---- SELF-PUBLISHING WITH DIGNITY
Autopublicar con dignidad: ética narrativa frente a la industria editorial
Por Juan Jesús Ladrón de Guevara
Introducción: el espejismo editorial
Durante años, el mundo editorial ha proyectado una imagen de prestigio, rigor y profesionalidad que seduce a cualquier autor que inicia su camino. La promesa de ser leído, validado y publicado por una “editorial seria” parece el paso natural tras escribir una obra con honestidad y esfuerzo. Pero esa promesa, en muchos casos, se revela como un espejismo. Lo que se presenta como reconocimiento suele esconder intereses comerciales, fórmulas prefabricadas y estructuras opacas que poco tienen que ver con la literatura.
En agosto de 2022, tras finalizar De Algeciras a los Dardanelos, recibí una llamada que parecía confirmar ese sueño. Halagos, entusiasmo, interés editorial. Pero tras el entusiasmo inicial, descubrí que se trataba de una editorial de copublicación: una empresa que, bajo apariencia de legitimidad, exige al autor que pague por ser publicado. Un modelo que no selecciona por calidad, sino por capacidad de pago. Un fraude.
Ese fue el primer chasco. El segundo llegó al contactar con editoriales tradicionales: silencio, respuestas estandarizadas, rechazos con la fórmula “no encaja en nuestro catálogo”. Ninguna lectura real, ningún diálogo editorial. Solo una puerta cerrada. Lo que parecía un camino de reconocimiento se convirtió en una constatación amarga: el sistema editorial está inmerso en una podredumbre que margina la autenticidad y privilegia la rentabilidad.
La podredumbre del sistema
Quien se acerca al mundo editorial con ingenuidad suele creer que los premios literarios son el reconocimiento supremo al talento narrativo. Que detrás de cada galardón hay lecturas profundas, debates honestos y decisiones basadas en la calidad literaria. Pero esa creencia, como tantas otras en este sector, se desmorona al primer contacto con la realidad.
Los premios más visibles —los que llenan titulares, reparten cheques millonarios y se presentan como vitrinas de excelencia— no siempre responden a criterios literarios. En muchos casos, son operaciones de marketing, pactos internos, maniobras contractuales. El autor no compite: es elegido, negociado, alineado con intereses editoriales que nada tienen que ver con la escritura. Lo que se presenta como “fallo del jurado” es, a menudo, una decisión tomada mucho antes de que se lean los manuscritos.
Esta estructura no solo margina a los autores independientes: desactiva la confianza en la literatura como espacio de mérito y autenticidad. El escritor que trabaja con rigor, que documenta, que afina cada frase, que reconstruye con respeto la memoria de su tierra y su tiempo, queda fuera del circuito. No por falta de calidad, sino por no encajar en la lógica del espectáculo.
La podredumbre del sistema no está en los rechazos, sino en la simulación. En hacer creer que hay oportunidades abiertas cuando todo está cerrado. En invitar a participar en concursos donde el resultado ya está decidido. En halagar al autor mientras se le empuja hacia modelos de copublicación disfrazados de legitimidad.
Frente a esa estructura, el único gesto digno es el que nace del desencanto lúcido: publicar sin pedir permiso, escribir sin esperar validación, construir sin pactar con la mentira.
La elección forzada pero honesta
Cuando se agotan las vías tradicionales —las editoriales que no responden, los concursos que simulan apertura, los agentes que buscan perfiles prefabricados— el autor se enfrenta a una disyuntiva: renunciar o construir su propio camino. No es una elección libre, sino forzada por el desencanto. Pero en esa elección forzada puede nacer la única vía honesta.
Autopublicar no fue, en mi caso, una estrategia de mercado ni una decisión impulsiva. Fue la única forma de preservar la voz, el ritmo y la dignidad de una obra que no encajaba en los moldes editoriales, precisamente porque no fue escrita para encajar. De Algeciras a los Dardanelos no busca el aplauso fácil ni la fórmula comercial: reconstruye una genealogía emocional, documenta con precisión, y narra con contención lo que otros prefieren adornar.
La autopublicación me permitió mantener el control creativo absoluto: desde la estructura narrativa hasta la elección de cada palabra, cada objeto simbólico, cada gesto institucional. Me permitió decidir cuándo y cómo traducir la obra, supervisar cada tramo, afinar cada matiz cultural. Me permitió, en definitiva, publicar sin pactar con la mentira.
No hay romanticismo en esta elección. Hay trabajo, frustración, aprendizaje y una exigencia constante. Pero también hay libertad. La libertad de escribir sin pedir permiso, de construir sin concesiones, de proyectar una saga que responde a una ética narrativa, no a una lógica de mercado.
Conclusión: publicar sin pedir permiso
En un sistema editorial que premia la fórmula, margina la autenticidad y convierte al autor en producto, publicar sin pedir permiso es un acto de resistencia. No es una pose ni una estrategia: es una necesidad ética. Cuando las puertas se cierran, cuando los halagos esconden tarifas, cuando los premios se reparten antes de que se lean los manuscritos, el único gesto digno es escribir con verdad y publicar con libertad.
La autopublicación no es un atajo: es un camino más largo, más exigente y más honesto. Requiere afinar cada tramo, revisar cada palabra, construir cada sinopsis, proyectar cada metadato. Requiere sostener la voz sin adornos, sin concesiones, sin pactos. Pero también permite algo que el sistema no ofrece: control creativo absoluto, fidelidad narrativa y dignidad editorial.
Publicar sin pedir permiso es asumir que la literatura no necesita intermediarios para existir. Que una novela puede ser leída, celebrada y compartida sin pasar por filtros comerciales. Que el lector atento sigue ahí, esperando obras que no le subestimen, que no le vendan espectáculo, que le ofrezcan memoria, archivo y verdad.
De Algeciras a los Dardanelos fue publicada así. Los años dorados lo será también. Y cuando la saga esté completa, no será el resultado de una estrategia editorial, sino el testimonio de una elección forzada pero honesta. Una elección que no busca premios, sino lectores. No busca validación, sino resonancia. No busca encajar, sino existir.
Self-Publishing with Dignity: Narrative Ethics in the Face of the Publishing Industry
By Juan Jesús Ladrón de Guevara
Introduction: The Editorial Mirage
For years, the publishing world has projected an image of prestige, rigour and professionalism that seduces any author embarking on their journey. The promise of being read, validated and published by a “serious publisher” seems the natural next step after writing a work with honesty and effort. But that promise, in many cases, proves to be a mirage. What is presented as recognition often conceals commercial interests, prefabricated formulas and opaque structures that have little to do with literature.
In August 2022, after completing From Algeciras to the Dardanelles, I received a phone call that seemed to confirm that dream. Praise, enthusiasm, editorial interest. But beneath the initial excitement, I discovered it was a co-publishing house: a company that, under the guise of legitimacy, requires the author to pay to be published. A model that selects not by quality, but by financial capacity. A fraud.
That was the first blow. The second came when I approached traditional publishers: silence, standardised responses, rejections with the formula “it doesn’t fit our catalogue”. No real reading, no editorial dialogue. Just a closed door. What had seemed a path to recognition became a bitter realisation: the publishing system is steeped in decay, marginalising authenticity and privileging profitability.
The Rot Within the System
Those who approach the publishing world naively often believe that literary prizes are the ultimate recognition of narrative talent. That behind each award lies deep reading, honest debate and decisions based on literary merit. But that belief, like so many others in this sector, collapses upon first contact with reality.
The most visible prizes —those that make headlines, hand out million-pound cheques and present themselves as showcases of excellence— do not always reflect literary criteria. In many cases, they are marketing operations, internal agreements, contractual manoeuvres. The author does not compete: they are selected, negotiated, aligned with editorial interests that have little to do with writing. What is presented as a “jury decision” is often made long before any manuscript is read.
This structure not only marginalises independent authors: it erodes trust in literature as a space of merit and authenticity. The writer who works with rigour, who documents, who refines every sentence, who reconstructs with respect the memory of their land and time, is excluded. Not for lack of quality, but for failing to fit the logic of spectacle.
The rot within the system lies not in rejection, but in simulation. In making authors believe opportunities are open when everything is already closed. In inviting them to enter competitions whose outcomes are preordained. In flattering them while steering them towards co-publishing models disguised as legitimacy.
Faced with this structure, the only dignified gesture is that born of lucid disillusionment: to publish without asking permission, to write without seeking validation, to build without colluding with falsehood.
The Forced but Honest Choice
When traditional avenues are exhausted —publishers who do not respond, competitions that feign openness, agents who seek prefabricated profiles— the author faces a stark choice: to give up or to forge their own path. It is not a free choice, but one compelled by disillusionment. Yet in that forced choice lies the only honest route.
Self-publishing was not, in my case, a market strategy nor an impulsive decision. It was the only way to preserve the voice, rhythm and dignity of a work that did not fit editorial moulds, precisely because it was not written to fit. From Algeciras to the Dardanelles does not seek easy applause or commercial formulae: it reconstructs an emotional genealogy, documents with precision, and narrates with restraint what others prefer to embellish.
Self-publishing allowed me to retain full creative control: from narrative structure to the choice of every word, every symbolic object, every institutional gesture. It allowed me to decide when and how to translate the work, to supervise each section, to refine every cultural nuance. It allowed me, ultimately, to publish without colluding with falsehood.
There is no romanticism in this choice. There is labour, frustration, learning and constant self-demand. But there is also freedom. The freedom to write without asking permission, to build without concessions, to project a saga that responds to narrative ethics, not market logic.
Conclusion: Publishing Without Permission
In a publishing system that rewards formula, marginalises authenticity and turns the author into a commodity, publishing without permission is an act of resistance. It is not a pose nor a strategy: it is an ethical necessity. When doors are closed, when praise conceals fees, when prizes are awarded before manuscripts are read, the only dignified gesture is to write truthfully and publish freely.
Self-publishing is no shortcut: it is a longer, more demanding and more honest path. It requires refining every section, reviewing every word, crafting every synopsis, curating every metadata entry. It demands sustaining the voice without embellishment, without compromise, without collusion. But it also offers something the system does not: full creative control, narrative fidelity and editorial dignity.
Publishing without permission means accepting that literature does not require intermediaries to exist. That a novel can be read, celebrated and shared without passing through commercial filters. That the attentive reader is still out there, seeking works that do not patronise, that do not sell spectacle, that offer memory, archive and truth.
From Algeciras to the Dardanelles was published in this way. The Golden Years will be too. And when the saga is complete, it will not be the result of an editorial strategy, but the testimony of a choice —forced, but honest. A choice that seeks not prizes, but readers. Not validation, but resonance. Not to fit in, but to exist.
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