CAPÍTULO 16 - LA REALIDAD CHAPTER 16 - THE REALITY
El fin del verano de 1929 devolvió a todos a la rutina y a una nueva realidad. Al regreso de Inglaterra, los Hopkins se despidieron de sus invitados, los hermanos Benítez de Lugo, que volvieron a Sevilla y a su vida diaria. Todos excepto Charlotte, que había entrado en un estado de tristeza y melancolía inimaginable en una joven llena de vida y alegría como ella. Claire estaba muy preocupada por su hija y se veía reflejada en ella cuando el destino, y la guerra, la apartaron de su amado Archibald. Pero Charlotte todavía era muy joven y su familia y amigos estaban convencidos de que sería cuestión de tiempo el que retomara sus ganas de vivir y seguir disfrutando de sus mejores años. Los amigos sevillanos de los Hopkins le habían tomado mucho cariño y pensaron que sería una estupenda ocasión invitarla a la [1]Exposición Iberoamericana de la ciudad que se prolongaría hasta mayo del año siguiente por lo que en sus cartas y sus llamadas telefónicas la invitarían reiteradamente a pasar unos días en la capital andaluza. A Claire, Sevilla le traía malos recuerdos, pues fue allí donde una gitana le predijo de alguna forma la muerte de Archibald, pero se resistía a creer en supersticiones y animaba a su hija a aceptar aquella invitación.
Terminando ya el mes de octubre, una tranquila tarde de jueves, Claire, Charlotte, John, Margot y el pequeño Andrew estaban tomando el té en Villa Smith mientras los niños celebraban Halloween, o “[2]Tosantos”, como se le denominaba en Algeciras, y John tenía que resolver algunos asuntos de la consignataria con sus queridos amigos James y George Smith.
En el despacho/oficina de los Smith, se acumulaban los periódicos que apenas si daba tiempo de leer. A John le llamó la atención que había dos montones, uno con la prensa atrasada y otro con la más reciente, prácticamente del día.
─Mamá es la que se encarga de clasificar
los periódicos. Ya sabes que es una obsesa del orden y nosotros le dejamos que
nos organice un poco el despacho, así se entretiene y deja de darnos la tabarra
con que somos un desastre ─explicaba James ─además, a ella le hace ilusión
seguir mangoneando un poco en el despacho de papá. Le trae buenos recuerdos de
la época en la que él todavía estaba bien.
─Sí, y menos mal que lo del traslado del viceconsulado me ha servido de excusa para “independizarme” y evitar que también nos organice la oficina consular a J. J. y a mí. Comprar la casa en el paseo de la conferencia es lo mejor que he hecho ─dijo George sobre el chalet al que se mudó con su esposa, la gibraltareña Alice Stagnetto y sus dos hijos, y donde también trasladó la oficina del viceconsulado británico.
Gracias a la escrupulosa clasificación de los periódicos que había hecho Mrs. Smith, a John se le fueron los ojos a la portada de un ejemplar del Daily Mail que tenía un titular en letras enormes:
EL MAYOR DESPLOME EN LA HISTORIA DE WALL STREET. El pánico desata una oleada de ventas que desborda el mercado. 19 millones de acciones cambian de manos. Los precios se desploman como una avalancha. Escenas descontroladas hacen que los grandes financieros acudan al rescate.
John leía los titulares en voz alta mientras James y George lo miraban incrédulos.
─ ¡Dios bendito! ¡Justo lo que nos decía tu amigo Fernando! ¡Menos mal que vendimos nuestras acciones! ─exclamó James.
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