―No os acostumbréis, que cuando lleguemos a Algeciras tenemos que comer más frutas y verduras ¿eh? —dijo Claire, reprochando a los chicos sus gustos culinarios.

Al rato, volvieron a la estación dando un tranquilo paseo desandando el camino anterior. Aún le quedaban un par de horas antes de subir al tren. A lo largo de la tarde, la estación iba animándose más y más con los pasajeros que montarían en “el Imperial” como popularmente se conocía el tren a Madrid. Cuando ya el tren se encontraba en el andén, Florence buscó a un mozo de cuerda para ir a la consigna a recoger los voluminosos equipajes de la familia.

Una vez que los bultos estaban en el vagón correspondiente, Claire, Florence, John y Charlotte subieron al coche-cama de Wagons-Lits, justo detrás del vagón restaurante, y ocuparon su compartimento de cuatro literas. Claire y Florence ocuparían las inferiores y John y Charlotte las superiores.


Mientras el tren se iba llenando de pasajeros, los cuatro permanecían asomados a las ventanillas mirando a la gente cómo se despedían de sus familiares y amigos, lo que hacía a Claire recordar con nostalgia las muchas despedidas, y bienvenidas, que vivió junto a su querido Archibald.


―Mamá, mamá… —la llamaba Charlotte —¿Te pasa algo? Te noto rara, como ausente…


No, mi querida niña, no. Sólo recordaba… —Respondió Claire sin poder ocultar la melancolía que aquella escena despertaba en su corazón y en su mirada.


Charlotte, que ya no era una niña, consciente de lo que le ocurría a su madre, la abrazó fuertemente mientras le daba sonoros besos. Florence y John contemplaban la escena con la nostalgia dibujada en sus rostros esbozando una leve sonrisa.

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