VILLA SMITH

 El parque de Las Acacias

Hopkins se quedó sin palabras – No sé qué decir, James.

– Pues no diga nada, Archibald – El vicecónsul puso su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Hopkins de forma afectuosa y le mostró el camino a seguir por la vereda de zahorra que se abría hasta la entrada flanqueada por montoncitos de arena y ladrillos. Los obreros, respetuosamente, se quitaban la gorra y saludaban a ambos mientras seguían dando paladas de arena unos y repellando los muros otros. En el hall de entrada estaba Mrs Smith, acompañada de una criada, cargadas con cestas de mimbre llenas de hortalizas. El vicecónsul hizo las presentaciones de rigor y enseñó el edificio a Hopkins. Éste se quedó maravillado y se mostraba muy contento ante la idea de poder vivir allí con su esposa y su hijo durante los próximos meses. Sin duda, era mucho más apropiada que la suite de un hotel. El patio central con techo acristalado estaba rodeado de una galería con una preciosa balaustrada, a la que daban las habitaciones, que se apoyaba en elegantes columnas de mármol rojo. El suelo del patio de luces estaba enlosado de mármol blanco y el de todas las demás estancias era de madera noble. Las paredes estaban pintadas de blanco y el mobiliario era una curiosa mezcla de piezas andaluzas e inglesas. Había muchos detalles de la casa que a Hopkins le recordaban los de la suya en Devon, aunque ésta era mucho más alegre y luminosa, en estilo victoriano y detalles arquitectónicos mediterráneos.

 Hopkins was speechless – I don't know what to say, James.

 -- Well, don't say anything, Archibald --  The vice-consul affectionately put his right hand on Hopkins' left shoulder and showed him the way to follow along the gravel path that opened up to the entrance flanked by mounds of sand and bricks. The workers respectfully took off their caps and greeted both of them while they continued shoveling sand, some and plastering the walls, others. In the entrance hall stood Mrs Smith, accompanied by a maid, laden with wicker baskets full of vegetables. The vice-consul made the necessary introductions and showed Hopkins around the building. He was amazed and very happy at the idea of ​​being able to live there with his wife and son for the next few months. It was certainly much more appropriate than a hotel suite. The glass-roofed central courtyard was surrounded by a beautifully balustraded gallery, leading to the rooms, supported by elegant red marble columns. The floor of the courtyard of lights was paved with white marble and that of all the other rooms was made of noble wood. The walls were painted white and the furniture was a curious mixture of Andalusian and English pieces. There were many details about the house that reminded Hopkins of his own in Devon, though this one was much brighter and cheerier, with Victorian and Mediterranean architectural details.

 

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