NUEVO AÑO, NUEVOS AMORES, VIEJAS TRADICIONES.


 


En el salón de baile se habían colocado dos relojes; uno enorme sobre la pared situado de forma que todos pudieran verlo desde cualquier punto, y otro, un carillón, para que todos pudieran escuchar las “campanadas” y poder tomar las uvas al ritmo de cada toque. A la orden del director de la orquesta, que hizo las funciones de animador, todos los presentes guardaron un silencio absoluto expectantes y pendientes del gran reloj, sosteniendo cada uno en su mano el cucurucho con las uvas. En cuanto la pesada aguja alcanzó su zenit y el carillón comenzó a sonar, todos los asistentes empezaron a tomar cada uva, aguantando la risa para evitar atragantarse.

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