POR FIN EN WESTMINSTER

 


Al otro lado, casi inmediatamente, se oyó la juvenil y reconocible voz del parlamentario. Tras un breve intercambio de palabras, la puerta se abrió, apareciendo la figura inquieta y algo rechoncha de Churchill a quien, al ver al coronel, se le iluminó el rostro con una amplia y sincera sonrisa. Mientras, el ujier que había acompañado al coronel hasta la puerta del despacho, se alejó perdiéndose entre largos corredores acompañado del retumbo de sus pasos.

– ¡Mi querido amigo Hopkins! ¡Qué alegría verle de nuevo! – exclamaba el joven político mientras abrazaba a su lejano primo con efusividad. Tras los típicos saludos, recordando la estancia de Churchill en Algeciras, el parlamentario invitó a Hopkins a tomar un té en la cafetería, que tenía una espléndida terraza sobre el Támesis. Allí, los dos hombres se sentaron en la galería, que les ofrecía un increíble panorama desde la orilla izquierda del río. Mientras esperaban a que les trajeran el té, Churchill fue directamente al asunto.

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