BIEN ESTÁ LO QUE BIEN ACABA



 

Nada más llegar al hotel, se encontraron con De Bunsen, que los estaba esperando. Todos los dignatarios fueron subiendo a sus vehículos que, poco a poco y en perfecta organización, iban saliendo de los jardines del hotel y bajando por la suave pendiente hasta llegar al nuevo puente sobre el río de la Miel. Tras cruzar el río, continuaron por la orilla Sur hasta llegar a la capilla del Cristo de la Alameda y desde allí, adentrándose en la ciudad, pasaron por delante del hospital de la Caridad y fueron subiendo por la larguísima calle del Matadero hasta llegar a la plaza de toros La Perseverancia, desde allí, doblaron a la derecha y continuaron bajando por la avenida Canalejas hasta el final, donde entraron a la calle del Convento. Así, uno a uno, los carruajes fueron llegando a la puerta del edificio consistorial y los delegados iban bajando y siendo recibidos por el señor alcalde don Emilio Santacana repitiendo el ritual. A todos dedicó unas palabras a modo de despedida antes de que subieran las escaleras de mármol que conducían al salón de plenos donde se celebraría la última sesión. Cuando todos estuvieron dentro de la sala, tomaron asiento, pero esta vez no tomó la palabra el duque de Almodóvar, que seguía con aspecto demacrado, pretextando que se encontraba mal de la garganta y no podía leer su discurso final y en su lugar lo hizo su ayudante, Don Juan Pérez-Caballero, que hasta ese momento apenas si había leído algún texto durante las sesiones.

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